domingo, 26 de agosto de 2018

El interruptor de la espiritualidad

Un amigo me decía ayer: “qué bien que mañana es domingo y llevo a los niños a misa: por fin, hacemos algo espiritual”
Yo, que estoy en un momento en que todo me resuena, me quedé con esa frase, dándole vueltas para entenderla y, sin poder evitar entrar en bucle, es decir, sin poder salir de la frase en cuestión.

El punto que me atrapó es la idea - errónea desde mi punto de vista - de que sólo podemos ser espirituales en momentos determinados, como - para los creyentes-practicantes - ir a misa. Está bien. Pero se me queda corto, muy corto, cortísimo y, totalmente, insuficiente.

Quiero que mi actividad diaria, sea cual sea, esté enmarcada en la espiritualidad y, más concretamente, en la espiritualidad cristiana. Mi actividad como laica puede ser un 360º de espiritualidad. No importa si estoy en el metro de camino al trabajo, o si estoy en el despacho o si estoy en el Raval, acompañando a jóvenes desubicados. No importa. Todo en la vida, cada paso, cada pensamiento, cada acción está llamada a realizarse en un marco espiritual, está llamado, pues, a tener una transcendencia que afecta - deseo que positivamente - a los otros y, por tanto, a mi misma.

Este ecosistema en el que quiero vivir, donde todo se presenta a través de una relación transcendente con el entorno, es un ecosistema espiritual,  el mío, el que defino dentro de mi cristianismo, de mi vida, y es mi marco de referencia.

Me rebelo ante la idea de tener un interruptor que encienda y apague mi espiritualidad; un interruptor que me diga ahora si, ahora no. Quiero una línea de actuación homogénea y en todas las áreas de mi vida. Quiero, ya lo he dicho, una vida reunificada entre lo espiritual y lo que, aparentemente, no lo es.


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