miércoles, 22 de diciembre de 2021

En el nombre de la Madre, en el nombre del Padre



 Hace pocos días asistí a una cena de carácter interreligioso. Aún a riesgo de parecer un concepto extraño para una cena, el objetivo era compartir diversos puntos de vista para conocernos mejor y sentirnos más cercanos. La mesa estaba formada por seis personas de las cuales, cuatro profesaban la fe judía y dos -un sacerdote y una laica- la católica.

El encuentro se celebraba un viernes por la noche, enmarcado en lo que en la liturgia judía se conoce como Shabat: es el principio del tiempo de pararse y dedicarse sólo a Dios, a estar en Presencia. La cena comienza cantando bendiciones especiales para el espacio que nos acoge, para la persona que preparó la acogida, para los hijos e hijas de la casa. Antes de comenzar la cena, se bendice el vino y el pan con un profundo sentimiento de gratitud. Después, según avanza la cena -esto es común para cada comida que se realiza cualquier día-  se dice una bendición por cada alimento: los que vienen de la tierra, los que vienen de los árboles, los que están horneados. Es sólo un método que pretende hacer consciente a la persona de la Presencia en todo momento, en cualquier momento. En una cena de Shabat, también es costumbre hablar de la Torá[1]: comentar la parashá[2] de la semana para entenderla y conocerla mejor: es un momento en que todas las personas están convidadas a participar para compartir sus reflexiones, sus sentimientos, sus vivencias.

En nuestra cena de Shabat recibimos con alegría que el sacerdote católico conociera parte de la liturgia judía, pudiendo incluso identificar la oración por la mujer como parte del Libro de Proverbios. Según nos dijo, era un gran simpatizante del papa Juan Pablo II y se sentía llamado y convocado al diálogo con sus hermanos mayores en la fe, según se nombró a los judíos desde la Comisión vaticana para las relaciones religiosas con el judaismo, representada por el cardenal Kurt Koch. Llegado el momento de comentar la parashá y, después de dar una explicación más o menos rabínica, cada persona pudo dar su punto de vista, ya fuera desde el conocimiento o la experiencia. Hay que decir, que la mera opinión vacía de uno de los dos -conocimiento o experiencia- no es, en general, apreciada.

Todo iba muy bien hasta que se me ocurrió apuntar a la realidad Madre y Padre de Dios. El tema era más que adecuado por la lectura semanal y, también, por una realidad social que cada vez nos demanda más y más presencia de la mujer en la Iglesia, no como un premio o actitud condescendiente sino como todo un derecho inherente a la condición de cristiana. Aquí cambió todo. El sacerdote mudó su rostro y mostró su más firme desacuerdo en la visión agenérica de Dios, remarcando hasta el final que Dios es Padre y como tal se le ha de tratar. Quise, entonces, traer la etimología aramea del término hebreo Abbá, es decir, la palabra Abwoon. Abwoon es seguramente la palabra de Jesús y el resto de judíos del siglo I utilizaban para rezar a la Fuente, al Absoluto, al Esencial. Esta palabra aramea en su raíz no especifica género, no está relacionada en absoluto con los términos padre (hombre, masculino) o madre (mujer, femenino). Se relaciona con un tipo de nacimiento u origen, el origen cósmico. La palabra Abwoon tiene cuatro partes: 1) a: el Absoluto, único Ser, pura Unicidad y Unidad, fuente de todo poder y estabilidad, haciéndose eco de la palabra aramea para Dios, Alaha, literalmente, la Unicidad; 2) bw: un nacimiento, una creación, un fluir de bendición, como desde el interior de esta unidad hacia nosotros; 3) oo: la respiración o espíritu que lleva este flujo, haciendo eco del sonido de la respiración. Este sonido está vinculado a la frase aramea traducida más tarde como Espíritu Santo; 4) n: la vibración de este aliento creativo desde la unidad cuando toca y penetra interiormente la forma. Este sonido hace eco de la tierra y el cuerpo vibra mientras entonamos el nombre completo lentamente.

El sacerdote, que se hace y deja llamar padre, no dió ni un pequeño espacio a la etimología para explicar el concepto. Se cerró en banda y apeló a la Tradición, a la tradición hecha por hombres, da igual de qué religión, que pretenden secuestrar la grandeza y la infinitud de Aquel que es inefable.

La cena a la que acudí llena de ilusión por compartir, conocer y reconocer me produjo un sabor agridulce y un pequeño vacío doloroso que, lejos de hacerme crecer, me deja destellos de la pequeñez de las personas que no quieren y no permiten a las otras crecer, conocer y vivir en plenitud. Entiendo que una persona que se hace llamar padre sin haber engendrado biológicamente, debe relacionar ese apelativo con una idea espiritual, para facilitar el crecimiento a las personas que se le acercan y, en este caso, en la fe que profesan. Sin embargo, el padre que nos acompañaba en la cena nos guió a una realidad pequeña, a una realidad manipulada y cerrada en sí misma. Fue, sin duda, un momento desperdiciado, que pudo haber sido de luz pero que la sombra dominó.

Este camino del reconocimiento, no comienza en la mujer del siglo XXI, sino que comienza en el principio de los tiempos o quizás antes, cuando Abwoon -sin género específico- nos bendice y nos respira desde su Unicidad.

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[1] La Torá es el Libro o Pentateuco o Primer o Antiguo Testamento en la fe cristiana.

[2] Parashá: porción de la Torá que se estudia en los hogares durante toda la semana y se lee el sábado en la sinagoga.


Foto de Jeremy Müller: https://www.pexels.com/es-es/foto/galaxy-astronomia-estrellado-fondo-de-pantalla-6074269/

viernes, 12 de noviembre de 2021

El peón: alma del ajedrez


 El peón es la pieza más humilde e, incluso, infravalorada en el juego del ajedrez: tiene tan solo el valor de un punto frente a la torre que representa cinco o la dama que representa nueve. Es humilde, sí: avanza las casillas de manera frontal y una a una, sin avasallar, sin saltarse ningún escaque y, por descontado, sin saltarse ninguna otra pieza. Pero, también son piezas que, a menudo, están infravaloradas por aquellas personas que no saben o no recuerdan que pueden transformarse en otros trebejos percibidos como más valiosos, el más valioso, en este caso la dama. Esta potencial transformación se hace posible si el peón llega al final opuesto del tablero. Adicionalmente, al peón no le está permitido retroceder; esta regla añade una gran delicadeza en la decisión del movimiento del peón.

En estos días la agenda-setting nos trae noticias de la llegada masiva de personas migrantes a la frontera entre Polonia y Bielorrusia. No se trata de una crisis migratoria propiamente dicha, es decir, no se ha producido recientemente un acontecimiento de impacto que sea la causa de un movimiento repentino de personas. Se trata de la perversión del juego del ajedrez en que se han movido piezas con el único fin de ganar terreno. En el tablero, los peones se estructuran como ligados, pasados y/o avanzados entre otras posiciones: pero en la frontera de Polonia, en otras fronteras, se hacinan personas -adultos, jóvenes, niños y niñas- que han llegado de diversas procedencias y que no pueden organizarse al no tener recursos. En muchos casos, llegan a las fronteras movidos por noticias falsas en que se promete facilidad en el paso a Europa, en regularizar la situación, en definitiva, en ser acogidos.

Esta situación no es nueva; quizás sí lo es el ámbito geográfico -la frontera norte de la UE-, pero no la jugada: no hace mucho, el conflicto diplomático entre el Reino de Marruecos y el Reino de España se escenificó a la luz de una pretendida crisis migratoria, en que más y más peones -las piezas más humildes y las que pueden llegar a ser las más valiosas- llegaban a territorio español. También Libia ha utilizado en el pasado a personas migrantes como medio de presión y negociación. Y estos son sólo dos ejemplos próximos en el tiempo.

Tratar a las personas, especialmente a las migrantes que han dejado todo atrás, como si fueran peones de los cuales se ha olvidado su potencialidad, ha sido y es práctica habitual a lo largo de la Historia. Son personas anónimas, de las que no conocemos sus nombres, cuyas imágenes bajo la lluvia y el frío nos conmueven, pero que olvidamos enseguida cuando la noticia es reemplazada por la siguiente: apenas se publican ya en las primeras páginas noticias de Afganistán, de Venezuela o de la frontera entre México y Estados Unidos.

Esta parece ser la modalidad de una nueva guerra en el Occidente del siglo XXI, donde se prefiere la acción mediáticamente cruel al diálogo diplomático alejado de los focos. La imaginaria civilización occidental ha evolucionado y la aversión a generar o participar en un conflicto armado prima sobre cualquier otra decisión. Sin embargo, el medio por el cual se articulan las decisiones -incluso en el quimérico terreno diplomático- permanece intacto: tratar a las personas como peones en su más pobre consideración, como la pieza que menos puntuación aporta, olvidando que dentro de sí encierra un gran potencial de transformación.


Foto de George Becker: https://www.pexels.com/es-es/foto/pieza-de-ajedrez-de-madera-peon-marron-136349/

lunes, 27 de septiembre de 2021

¿Es posible un nuevo modelo político-social?



El último domingo de septiembre, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. En este año 2021, el título elegido por el papa Francisco para su mensaje es «Hacia un nosotros cada vez más grande». En el mensaje expresa que «el futuro de nuestras sociedades es un futuro “lleno de color”, enriquecido por la diversidad y las relaciones interculturales», al tiempo que nos exhorta a «aprender hoy a vivir juntos, en armonía y paz». Y continúa: «en esta perspectiva, las migraciones contemporáneas nos brindan la oportunidad de superar nuestros miedos para dejarnos enriquecer por la diversidad del don de cada uno».

El mensaje se extiende algo más, pero son estas las palabras que me hacen recordar los ensayos escritos por Jürgen Habermas y recopilados en el libro La inclusión del otro. En estos ensayos, el filósofo propone un nuevo proyecto político-social que nace desde la filosofía de la responsabilidad, es decir, dejando de lado ideales teóricos inalcanzables y asentándose sobre la política deliberativa. Este modelo político se presenta como un modelo diferente, no necesariamente en oposición, pero sí diferente de los modelos liberal y republicano. Atendiendo al principio de filosofía de la responsabilidad antes comentado, se define como un modelo democrático factible, independiente de la práctica política y sustentado por las personas que superan el individualismo en busca de intereses comunes. De dicho modelo forman parte regulaciones específicas del poder y de los conflictos de interés, pero lo más interesante del modelo deliberativo es que busca consolidarse apuntalado sobre los valores de la aceptación, la comprensión y la bondad hacia lo diferente, que originen actitudes éticas más profundas y conduzcan al compromiso de la ciudadanía con la cosa pública, la actuación cívica y la deliberación como brújula que oriente sus acciones. Volviendo al mensaje del Papa Francisco y actuando desde el modelo deliberativo de Habermas: «Entonces, si lo queremos, podemos transformar las fronteras en lugares privilegiados de encuentro, donde puede florecer el milagro de un nosotros cada vez más grande».

Sin embargo, en La verdad secuestrada (CJ Cuadernos 224), Joan García del Muro describe la realidad en la que vivimos, donde no sólo la verdad ha sido secuestrada por las mentiras y medias verdades sectarias, sino que, además, lejos de pretender desbrozar la información que nos bombardean, «busco y encuentro las respuestas que me gustan, que me hacen sentir mejor y me ayudan a construir un mundo cómodo y aproblemático en la medida de mis necesidades e intereses. Por eso sólo me conecto con aquellos que siempre me dan la razón y que indefectiblemente confirman mis puntos de vista». Desde esta realidad no parece fácil llegar al modelo deliberativo propuesto por J. Habermas que quizás nos permitiría llegar al escenario diverso, intercultural y lleno de color propuesto por el papa. Esta época actual de la «posverdad aliada con el emotivismo» no permite la aceptación de la diversidad de opinión y mucho menos la crítica -entendiendo crítica constructiva y no acoso y derribo- a la que no se le permite recorrido alguno. El valor incuestionable que se da únicamente al grupo propio, la necesidad de adhesión obcecada al mismo y el no reconocer la discrepancia como un valor en alza son caras del poliedro que supone la inseguridad personal y la falta de confianza en las otras personas. Este escenario es fácilmente detectable, sobre todo, pero no sólo, atendiendo a los medios de comunicación, especialmente los digitales.

Algunas de las cuestiones que se plantean de fondo serían cómo revertir este secuestro de la verdad, cómo restaurar la confianza intrapersonal e interpersonal y construir este modelo deliberativo, no tanto específico como genérico. Para esto, el maestro es, sin dudas, Emmanuel Lévinas definiendo la ética de la alteridad, que pone de manifiesto lo imprescindible del cuidado de las otras personas, del otro y de la otra; porque sin el otro, sin la otra, en aislamiento, yo no existo en tanto que soy un ser definido por mis acciones y relaciones con ellos y con ellas. Y, desde aquí, desde la propia existencia, se contrae una obligación de la cual es imposible desasirse y que se convierte en valor ético fundamental. Estamos ante una responsabilidad estructural cuyo significado va más allá del cuidado de sí, abarcando el cuidado de las otras personas y el cuidado del mundo y que implica el hacerse cargo de los otros y de las otras y produce, sin duda, una transformación, primero personal, después de las otras personas y, finalmente, del mundo.

Quizás así consigamos, como dice el papa Francisco, «el ideal de la nueva Jerusalén donde todos los pueblos se encuentran unidos, en paz y concordia, celebrando la bondad de Dios y las maravillas de la creación».


Foto de Inga Seliverstova: https://www.pexels.com/es-es/foto/moda-gente-hombres-mujer-4066761/

jueves, 20 de mayo de 2021

Yo sólo venía a buscarme la vida


 

Hace unos días se publicaba en elDiario.es la noticia de la detención de una joven española -María- al entrar en Reino Unido. La causa era que se encontraba en una situación administrativa irregular: llegaba para buscar trabajo, sin contrato y sin visado. El titular del artículo decía: «La española detenida al entrar en Reino Unido tras el Brexit: «Venía a buscarme la vida y se me ha tratado como a una delincuente»»[1].

Tuve que leer un par de veces el artículo para ver lo excepcional del caso: «Ah, claro, me dije, María es española, es decir, europea». Ahí estaba la excepcionalidad en que la joven procedía de un país de la Unión Europea. Esta joven y hasta otros treinta viajeros procedentes de Alemania, Italia o Grecia, entre otros países, han sido detenidos y retenidos en algún Centro de Internamiento para Extranjeros desde que el Reino Unido dejó la Unión Europea.

Y, aunque es una situación nueva, originada por la nueva situación política del Reino Unido, yo solo veo la excepcionalidad de la noticia en dos puntos:

El primero es que se trata de una ciudadana europea. ¿Por qué? Es fácil de responder: porque esta situación se repite constantemente para otros extranjeros que llegan al territorio español, para «buscarse la vida» exactamente igual que la joven que nos da su testimonio. Un testimonio que me remite a Karim que llegó a España para «buscarse la vida» desde Guinea, o a Abdou, que llegó a España para «buscarse la vida» desde Camerún, o a tantos y tantas que llegan con la misma finalidad: «buscarse la vida». Y sí, también la entiendo a la perfección cuando habla de sentirse tratada como una delincuente, del miedo, del no saber qué está pasando, de la imposibilidad de comunicarse con sus familiares, de la falta absoluta de información, de que te encierren en algo que es como una cárcel sin haber hecho nada… Por supuesto, ¿cómo no la voy a entender si los dos últimos años he visitado una vez por semana a Karim, a Abdou y a tantos otros internos en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la Zona Franca de Barcelona? Es el mismo relato de miedo, de indefensión y de injusticia; sí, el mismo, pero en el caso de Karim o de Abdou se agrava porque vienen huyendo de la miseria y hasta de la guerra, porque además en el destino no tienen a nadie que les informe o que vele por ellos y porque en el Centro de Internamiento de Barcelona las condiciones son incluso peores que en una prisión, aun en las épocas en que no vivíamos en pandemia.

He de reconocer que este relato, que para mí es familiar por las visitas de acompañamiento realizadas a los internos en el Centro de la Zona Franca, quizá pueda ayudar a algunas personas a entender cómo se sienten las personas en proceso de migración que son encerradas por la misma razón que María. Este relato de miedo, indefensión e injusticia explicado por alguien más o menos cercano nos hace empatizar con ella, tanto con la injusticia cometida como con el torbellino de miedo que debió sentir durante aquellas horas.

En segundo lugar, la excepcionalidad más significativa de la noticia, está en el sentimiento de la joven de ser «tratada como una delincuente». Para ser exacta, no en el sentimiento en sí, sino en que una española, una persona como yo, ha sido tratada como una delincuente por el simple hecho de estar en situación irregular, es decir, sin los papeles y/o condiciones que el Reino Unido exige para aquellos viajeros cuya finalidad es establecerse en el país más allá de la motivación de un viaje turístico. Y aquí es, en realidad, donde me gustaría incidir. María se sintió tratada como una delincuente. Y es así, porque la privación de libertad se entiende como una pena que responde a un proceso penal y no a un proceso administrativo. A uno no le llevan a la cárcel por aparcar en doble fila, o  por olvidarse de renovar el DNI. (Hay que recalcar que entrar en España sin los papeles exigibles no es delito, sino falta administrativa). Pero esta es la realidad de miles de personas que llegan a España y que son tratadas como delincuentes. Lo que en el caso de María se puede llegar a ver como «medidas desproporcionadas» por el simple hecho de ser ciudadana europea, en muchos otros lo vemos como justificado porque en el imaginario colectivo, subsaharianos, norteafricanos o latinoamericanos -por citar los orígenes más comunes de las personas migrantes que llegan a España- son calificados en mayor o menor medida como delincuentes, o como potenciales delincuentes.

¿Por qué empatizamos con el relato de María, pero lo justificamos con tantas otras personas como Karim o Abdou? ¿Por qué no damos legitimidad a todas aquellas personas que vienen a «buscarse la vida»? ¿Por qué seguimos prejuzgando negativamente al que viene de fuera?

La respuesta es dolorosa, pero no por ello debe ser ignorada: la xenofobia y el racismo siguen estando vivas en nuestra forma de pensar y nuestras expresiones cotidianas y, lo que es aún peor, en nuestra mirada sobre las otras personas. Volviendo a leer el artículo, propongo el ejercicio de sustituir el nombre María y su país de origen, por otros tales, como Ahmed, procedente de Argelia; Aziz, procedente de Marruecos; Karim, procedente de Guinea; y así un largo etcétera de personas que llegan a nuestro territorio.

Es cierto que los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE) son mayoritariamente desconocidos, o ignorados, por la opinión pública. Tampoco es menos cierto que algunas de las personas que conocen estos centros, los justifican diciendo que las personas migrantes no deben estar aquí y que merecen ser privadas de libertad. Pero esto no justifica que ignoremos que en España, solo en el 2019, se produjeron más de 11.000 repatriaciones forzosas y, aunque en el  2020 fueron muchas menos debido a las limitaciones impuestas por la Covid19, es un número que se ha venido incrementado geométricamente desde el 2014.

Durante estos dos últimos años he escuchado muchas veces las mismas frases de María: «Te ves en una situación de desesperación, de «no sé realmente por qué estoy aquí, porque yo solo cometí un error»» o «Yo venía aquí a buscarme la vida y se me ha tratado como una delincuente». Las hemos escuchado todas las personas que visitamos internos tanto en el Centro de Internamiento de la Zona Franca como en los otros que existen en España, con el mismo sentimiento de impotencia ante un mantra inacabable y que se repite en cada uno de ellos.

¿Por qué la historia de María es, pues, diferente? ¿Por qué es noticia? Pues porque se trata de una ciudadana europea y que, por tanto ésta no puede ser considerada más que una persona inocente «que iba a buscarse la vida», mientras que los miles de subsaharianos y magrebíes que mueren en nuestras costas no pueden ser más que potenciales delincuentes aunque también solo vengan a «buscarse la vida».

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[1] ElDiario.es (14/05/2021): https://www.eldiario.es/desalambre/espanola-detenida-entrar-reino-unido-brexit-venia-buscarme-vida-tratado-delincuente_128_7935189.html