Tikkún Olam[1] o reparación del mundo fue el nombre dado al valor
que reconoce unidad en el interior de la diversidad y la opción por el bien
común sobre la opción del abuso a las otras personas. Es un concepto que, según
se nos ha transmitido, comenzó a gestarse de la mano de un patriarca
babilónico, de nombre Abraham.
Hace ya unos 4000 años, aquellas personas determinaron la
bondad de construir relaciones correctas y positivas. Abraham es tenido por el
padre de las tres grandes religiones – judaísmo, cristianismo e islam – y uno
de los hechos más característicos es que él y su familia habrían atravesado un
largo camino por el territorio que, actualmente, recibe el nombre de Oriente
Medio. Sin embargo, lo más importante fue que él representó la unidad de la
familia humana y, por esto, Abraham es considerado el padre de todos nosotros. Sin
embargo, no se trata sólo de lo que representaba, sino de su mensaje: la unidad, la interconexión de todo y la
unidad de todos. Su valor esencial era el respeto, la amabilidad hacia el
desconocido y fue extensamente conocido y reconocido por su hospitalidad.
En estos primeros veinte años del siglo XXI tenemos aún
muchas relaciones que reparar. En esta sociedad global, la humanidad ya no está
circunscrita a las tierras del Tigris y Éufrates, sino que desborda por las
fronteras de todo el mundo. La reparación verdadera y profunda ha de
transformar a todas las personas, sean hombres, mujeres, niños o niñas, sin
preferencia, sin discriminación.
Pero ¿cómo continuar la tarea emprendida por Abraham? Un
primer paso sería reconocer que existimos en una estructura única e
interdependiente de unas personas para con las otras y despertar la conciencia
de la necesidad de unión en cada una para llegar al óptimo funcionamiento de
dicha estructura. Si como cristianos creemos tener la corresponsabilidad del
cuidado de la Creación que nos fue dada, esto significa también asumir el uso
correcto de los dones dados por Dios para el bien del mundo y de las otras
personas.
Por otra parte, el camino de Abraham también tiene una
visión en cada persona, en cada una de nosotras, en nuestro comportamiento, en nuestro
trato hacia las otras, nuestra hospitalidad y nuestra generosidad. Todas nosotras
podemos recorrer este camino, prácticamente sin salir de la ciudad en la que
vivimos. Podemos intentar ser más acogedoras con las personas que encontramos,
con las personas que viven en la calle – los ‘sin techo’-, con los
migrantes, incluso con el vecino de la escalera.
Para recorrer el camino de Abraham
no hace falta irse a 5000 km de distancia de casa, sólo hace falta salir a la
calle y comenzar a caminar. Este camino es un camino que va del "no"
al "si", del no te conozco, al si te conozco; del no te comprendo al
si te comprendo; del no te aprecio al si te aprecio; del no te ayudo, al si te
ayudo. Éste es un camino al que todas estamos llamadas a transitar una y
otra vez hasta que podamos decir que no hay ya más personas solas, agraviadas o
desconsoladas; en definitiva, hasta que el mundo esté reparado.
Imagen con licencia creative Commons. Foto de ATC Comm Photo en Pexels
[1]
La expresión Tikun Olam ya se utiliza en la
Mishná en el siglo III. Indica que esta práctica promueve la armonía social. Gittin
4:02 Pesahim 88b