jueves, 21 de diciembre de 2023

¿Y si tu vida valiera 20.000€?


El día 21 de diciembre, la Unión Europea nos obsequiaba con un nuevo pacto migratorio por el que se endurecen los requisitos para la regularización de personas migrantes, poniendo cupos y cuotas a las acogidas. Casualmente, ese mismo día, morían por frío dos pasajeros de una patera que llegaba a Lanzarote. No es éste un hecho aislado: en el pasado mes de junio se publicó la noticia de 79 migrantes muertos en el naufragio de una patera frente a la costa griega y antes, en febrero de este mismo año, se cifraban en 62 las muertes habidas en el hundimiento de otra embarcación frente a las costas italianas. Sin duda son sólo algunas pocas pinceladas de lo acontecido en un mar, el Mediterráneo, que en la última década, alberga los cuerpos de, al menos, 22.000 personas. Desde este prisma se visualiza un primer binomio incompatible que muestra, por una parte el miedo y la muerte más descarnada de las personas que arriesgan su vida al cruzar el Mediterráneo, frente a la falta de empatía y compasión que se extiende por toda Europa, girada su mirada hacia las políticas de derecha y ultraderecha. 


Este nuevo pacto migratorio europeo está impulsado por el partido francés de ultraderecha - Rassemblement national (RN) - liderado por Marine Le Pen y que, hace apenas unos días,  era decisivo para la aprobación del texto legal en la Asamblea Nacional. La señora le Pen ha calificado la nueva ley de inmigración como de “una victoria ideológica incontestable”, por la cual se restringen los derechos territoriales, se establecen el delito de residencia ilegal, el endurecimiento de las condiciones de regularización de inmigrantes indocumentados en profesiones bajo presión, las prestaciones sociales diferenciadas, etc. aunque se quedaran - por ahora - fuera algunos cambios estructurales como la eliminación del título extranjero de enfermo y la ayuda médica estatal universal. De poco ha servido que la izquierda calificara el acuerdo como de “vergüenza o de “violento contra los principios comunes de la República”.  


Es bien cierto que la Unión Europea necesita un pacto sobre las migraciones, aterrizado a la realidad del siglo XXI. Lejos queda ya la llamada a la mano de obra procedente de los antiguos imperios coloniales que se hizo al finalizar la Segunda Guerra Mundial, así como la crisis del petróleo de 1973, que marcó el inicio de la legislación regulatoria de la migración y los procesos de acogida y expulsión. En esta primera mitad del siglo XXI, la llegada masiva de migrantes - incrementada año tras año-  no puede suponer una acogida asimétrica para los países receptores directos como España, Grecia o Italia, sino que manifiesta la necesidad de un pacto migratorio desde la empatía y la compasión. Sin embargo, eludiendo esta realidad y el principio de solidaridad entre naciones pertenecientes a la Unión Europea, el nuevo texto define una solidaridad flexible, una solidaridad a la carta, que, no sólo endurece las condiciones para la acogida y agiliza el proceso de devolución, sino que además permite no aceptar a las personas, pagando, una compensación, 20.000€ por cada una de las rechazadas. 



Este pacto migratorio refleja la inexistencia de un proyecto de futuro común para las naciones integrantes de la Unión. Estamos ante una Europa envejecida, nostálgica de un pasado supremacista y paralizada por miedos y prejuicios - ¿insalvables? - que la hacen incapaz de dar un paso adelante. Desde aquí se observa el segundo binomio incompatible porque Europa - quiera o no - depende de cada una de esas vidas para poder escribir un futuro, su futuro común más allá de políticas fiscales y leyes de mercado. 


La tasa compensatoria al rechazo cifrada en 20.000€ por persona supone poner precio al futuro, pero, más allá, en un plano más cercano, supone poner precio a la vida de las personas que emprenden un proceso migratorio a Europa. Ahora, los Estados miembros sólo tienen que hacer números: ¿qué compensa más pagar 20.000€ por rechazar a una persona o mantener un proceso estructural de acogida? 


Personalmente, nunca habría imaginado que la Europa de los Derechos Humanos Universales - ahora ya estamos en los de cuarta generación - fuera capaz de poner precio a la vida humana. Se trata pues de una extensión de la mentalidad utilitarista extrema que niega el valor de la vida de aquellos y aquellas que que son como yo y con los que me identifico. La cualidad que los hace diferentes no es el genoma, que compartimos, como tampoco lo es el fenotipo ni el lugar de procedencia. Se trata tan sólo de una cuestión económica: ellos y ellas son pobres, ellos y ellas son desheredados. Como tales, deseo que ellos hereden la Tierra, incluyendo este pequeño espacio fortificado que es Europa.


viernes, 22 de septiembre de 2023

Venga a nosotros kipur



 Yom Kipur​, el día de la Expiación, es el día más sagrado del año judío y es conocido como el día de la expiación, del perdón y del arrepentimiento de corazón o de un arrepentimiento sincero. No es una festividad sino que forma parte de los diez días de arrepentimiento o diez Días Terribles. Dentro de la liturgia de la tradición hebrea, se sitúa días después de la festividad del Año Nuevo o rosh ha shaná (ראש השנה‎) y se celebra en los últimos días de septiembre o en los primeros de octubre, dependiendo del calendario lunisolar que rige la vida religiosa hebrea. 

Desde la liturgia hebrea tiene todo el sentido que kipur tenga lugar después de la celebración del Año Nuevo. Se dice que Dios creó el mundo sobre el principio de Justicia y de Misericordia y desde esta mirada se ha de regir todo, comenzando por la vida humana. Sólo los corazones en Paz - los puros de corazón -pueden regirse por la Justicia misericordiosa del Señor: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo? El que tiene las manos y la mente limpias de todo pecado. Salmo 24


Hace unos años participaba en unas jornadas sobre el perdón, impartidas por la Fundació Ernest Lluch per al diàleg.  De entre los testimonios expuestos, recuerdo el de una mujer negra, sudafricana a la cual un grupo de tres jóvenes hombres y blancos - afrikaners - le había asesinado a su marido y a su hijo de 25 años: fue una tarde de domingo, a la salida de un partido de fútbol, en la que, para divertirse, los jóvenes entraron en la casa de Margaret y destrozando todo y apaleando y finalmente asesinando a su marido y su hijo Daniel. Cuando Margaret volvió de su turno de trabajo encontró que la policía ya había llegado, alertada por un vecino. Los jóvenes fueron identificados, juzgados y condenados. Al principio de la condena, Margaret intentó visitar a los tres jóvenes para preguntarles el por qué, el sentido de su acción: tan sólo uno, Donald accedió a hablar con ella. Las conversaciones entre ambos no comenzaron de manera fluida. El joven apenas podía mirar a los ojos a Margaret. Margaret continuó visitando al joven cada semana y con el tiempo, muy poco a poco, Donald comenzó a abrirse a la mujer. Jamás pudo dar una explicación del porqué, pero si fue capaz de abrirse a conocer una realidad diferente de esos que eran sus vecinos más o menos cercanos y que hasta el momento jamás había reconocido como sus iguales. Gracias a la insistencia de Margaret pudo hacerse sensible a los sentimientos y a las emociones,a las necesidades y a los anhelos más profundos de una mujer negra, vieja y pobre. Las conversaciones con Margaret, a veces de una cotidianeidad llana y hasta superficial, le situaron en un sitio lleno de compasión hacia la persona a la cual había causado tanto dolor. 


A lo largo de los algo más de 10 años que duró el encarcelamiento, Margaret siguió visitando a Donald, hasta que, pasados algunos años, el joven pudo pronunciar las palabras sanadoras: “Margaret, me podrás perdonar todo el daño que te he causado?. Jamás sabré cómo compensarte  pero estoy dispuesto a cualquier cosa que pueda ayudar”

El joven fue puesto en libertad al cabo de tres años después de la conversación del perdón con Margaret: en su favor había jugado la conducta positiva, los estudios realizados durante el tiempo en prisión y, con mención especial por el juez, el testimonio de arrepentimiento profundo que había dado Margaret después de la petición del perdón.

El día que Donald salía de prisión fue recibido por sus padres y hermana y, también, por Margaret. Después de unos días de disfrutar de la libertad, Donald fue a visitar a Margaret y volvió a expresar su deseo de compensación, sabiendo que su marido y su hijo ya nunca más volverían. Margaret también había recorrido el camino de la sanación y le contestó: 

- cierto, ellos no volverán. Pero tú puedes llenar una pequeña parte del vacío que me ha dejado la ausencia de mi hijo Daniel. Él venía a visitarme cada miércoles a la salida del trabajo; ¿querrás tú venir a visitarme cada miércoles, también?

Ni un sólo día faltó Donald a la cita semanal durante los años siguientes que vivió Margaret.


El perdón es un proceso, un proceso encaminado a darnos Vida, porque la alternativa, subsistir en la herida, sólo nos produce la muerte. Hace unos días, a la luz de la lectura de Mateo 18, 21-35 en la homilía compartida cada una de las personas resonaba con la propia incapacidad de perdonarse, perdonar y, más allá, incluso de pedir perdón. Desde nuestra pequeña gran miseria de un Occidente supremacista y en situación de” no guerra” (la Paz es otra cosa) no somos capaces de abordar una verdadera y profunda cultura del perdón. El perdón - sea pedirlo u otorgarlo - duele; duele porque la herida infringida en la otra persona nos resuena como propia; duele porque nos situamos en el plano de “la ayuda” (lo que ayuda a la otra persona) y esa ayuda implica superioridad, claro, la nuestra, alejada de la humildad suficiente para reconocer el daño causado. Nada de esto es un arrepentimiento profundo y verdadero, sino elucubraciones de corazones aburguesados. 


En el proceso del perdón y arrepentimiento profundo los pasos están señalados por unas relucientes baldosas amarillas: hacerse consciente de la falta y sus efectos, verbalizar, pedir perdón a la persona y reparar. Si, cuando las personas en conflicto alcanzan la paz en sus corazones, reparar siempre es posible, tal como Donald hizo con Margaret. No se trata de volver a la situación anterior a la falta, sino reconocer el sitio nuevo en el que nos resituamos después del camino recorrido y que nos permite reescribir el proyecto vital, recordando el pasado pero caminando hacia hacia el futuro. 


En la liturgia hebrea, el día de kipur es un dia de ayuno completo durante las horas de luz solar; a la salida del día, después del proceso de diez días de arrepentimiento y reconciliación con la comunidad, se vuelve a celebrar la Vida con una mirada limpia para que renazca la Justicia y la Misericordia de Dios. 

Que todos seamos pues inscritos en el Libro de la Vida. 


sábado, 3 de junio de 2023

El verdadero poder de la palabra


La vida, es decir, la del género humano, de las personas está dotada de otras dimensiones, las cuales la constituyen precisamente como eso, como humana, diferenciándose así de la zoé del resto del mundo animal y dando lugar a la bios, vida cualificada. Las dimensiones que enriquecen la zoé y la convierten en bios se pueden definir como 1) la mismidad (conciencia de ser uno mismo y único como individuo), 2) la corporalidad (cuerpo y carne o cuerpo objetivo y cuerpo vivido), 3) la mundanidad (expresión del hombre en diferentes culturas), 4) lingüisticidad (el lenguaje creador del espíritu objetivo), 5) temporalidad (el tiempo en el que estamos frente al tiempo que es vivido), 6) socialidad (el otro como condición de mi experiencia, no hay “yo” sin el otro) y 7) la historicidad (como resultado de la socialidad y la temporalidad).  Estas siete dimensiones dan fundamento a la necesidad de trascendencia que toda persona manifiesta en uno u otro momento de su vida. 

Aunque es difícil fijar el momento histórico en que estas dimensiones emergen en la persona, si parece admitirse consensuadamente que la lingüisticidad, es decir, la capacidad de expresarse mediante un lenguaje articulado y complejo nace como vehículo para expresar esa búsqueda constante de trascendencia. Para ser consciente de esta dimensión que rebasa la voluntad de la persona utilizamos el término espiritual, por lo que se puede decir que el lenguaje surgió por una necesidad espiritual. Desde una mirada constructiva de esta emergencia del lenguaje, entendemos que una manera de hablar positiva nos acerca al espíritu, mientras que una manera de hablar negativa nos aleja de la función original del lenguaje, nos sitúa más cerca de la corporeidad. La manera de hablar negativa, lo que habitualmente se llama hablar mal del otro o difamar, es una medida concreta y bastante precisa de la mirada hacia lo físico o de la mirada alejada hacia lo espiritual del que habla porque el espíritu se manifiesta en lo positivo, ya sea de la auto mirada, ya sea de la mirada sobre los otros, ya sea del sentido de lo que decimos. Como cuerpos físicos nos encontramos en un mundo lleno de limitaciones y competimos por aquello que creemos que se ha de conseguir, es decir, bienes, reconocimientos y honores, todos ellos limitados. En este tipo de competencia la estrategia del miedo a los límites viene dada por rebajarnos, atacándonos los unos a los otros: si elimino a alguien que está frente a mi o compitiendo conmigo me acerco al primer lugar o, según la situación, me tranquiliza porque ya no seré el único perdedor. En esta competencia que lleva a la difamación, dejamos en el olvido que cada ser humano, cada persona tiene una misión única, un encargo que sólo él puede realizar: el despliegue de los dones de su espíritu. Estos dones son personales y sólo desde el yo pueden ser vividos para permitirnos ser. Cuanto más se permanece en la parte corpórea más afloran los límites y el miedo a no tener nuestro espacio; aparecen también las envidias y el querer hacer lo que el otro hace, tener lo que el otro tiene. Pero esperar que el otro falle no nos proporciona ninguna ganancia porque si no se trata de nuestra misión, de los dones que se nos han regalado, por mucho que tomemos su espacio seremos incapaces de llevarla a cabo, de ser, de encontrarnos a nosotros mismos. En la cultura hebrea el falso testimonio o la difamación se denomina “lashón ará”, es decir,  “lengua malvada” y se considera uno de las faltas más graves porque mata a la persona difamada, destruye la comunidad y destruye el espíritu de quién habla y de quién lo escucha. Se considera una expresión desde la corporeidad menos elevada, que trata de ganar espacio haciendo que el otro falle, dando al otro por perdedor. Cuando se publican noticias contra personas de las cuales se escriben los nombres completos y se las deja totalmente expuestas estamos cometiendo “lashón ará”. No se trata de abanderar uno u otro bando o de callar para ocultar actos censurables, sino que se trata de ponerse al servicio de la justicia. Existe una tendencia a manipular las emociones de las personas por la cual se juzga y condena en décimas de minuto a aquel que parece más fuerte o que se encuentra en una posición privilegiada: una persona que vive desde sus dones siempre nos deslumbra con su forma de hacer, con su manera de hablar, con su manera de mirar. Y eso es, precisamente, lo que desea tener aquél que comete “lashón ará” porque él no es capaz de identificar cómo conseguirlo por sí mismo, sino que se cree en el derecho de conseguirlo ocupando el lugar del otro. La difamación o el hablar mal del otro ha existido siempre, La particularidad de la postmodernidad del siglo XXI es la realidad de la postverdad. La R.A.E. define la postverdad como distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales por lo que se deduce que, básicamente, carece de datos probatorios de su posible autenticidad. Es absolutamente cierto que la concepción del respeto a la persona y a la opinión que pueda expresar ha cambiado mucho en los últimos años. Y es de derecho que haya sido así en lo que respecta a la persona, que ha de ser considerada siempre, sin excepción, tierra sagrada. Ahora bien, no todas las opiniones son merecedoras del mismo respeto, no todas se han de permitir. La opinión banal, basada en suposiciones o repeticiones sin fundamento, la opinión que difama no puede tener la misma validez que otras o que la persona que las emite. No todo es relativo, no en todo se puede vivir en el relativismo. Las opiniones han de ser dadas desde la consciencia del efecto que nuestras palabras causan en nosotros mismos, en los otros, en la sociedad. Es cierto que no podemos modular las opiniones desde la verdad porque no llegamos a conocer cuál es la verdad absoluta; pero si somos capaces de conocer el efecto de nuestras palabras y moderarse o evitarlas, no para hacer la vista gorda y tapar actos censurables sino para alinearse con la justicia y con el bien social, elevando la mirada y buscando el bien común que nace de ella. El poder de la palabra es inmenso porque nos permite b(i)endecir o maldecir, construir o destruir, dar vida o matar. En esta sociedad de la postverdad no se trata de bendecir siempre o de maldecir siempre; estaríamos más cerca de implementar algo semejante a la disciplina positiva, promoviendo relaciones de respeto mutuo en todos los ámbitos, ya sea el trabajo, la familia, las amistades, en toda nuestra vida y siempre desde la firmeza y el amor, con la voluntad de mejorar no de ocultar, estando al lado del que sufre sea como (presunto) agresor o sea como (presunta) víctima. 

 









lunes, 1 de mayo de 2023

Gratitud

 Cuando se te da algo, sé agradecida y aprende; cuando no se te dé, sé agradecida y aprende más


Hace escasos días, Rafael Nadal daba una rueda de prensa para explicar que no se presentaría al torneo de Roland Garros 2023. Una vez que el deportista había comunicado su decisión, una periodista le preguntaba cómo se sentía al no poder competir en un torneo tan emblemático para él. La respuesta con toda naturalidad fue que se sentía como cualquier persona a la cual le gusta mucho hacer una cosa pero no puede; y añadió, que se sentía tan afortunado por la vida que tenía y todo lo que había vivido hasta el momento que no consideraba lugar para quejarse. Muchas personas pueden pensar que no se queja porque no necesita el dinero que podría haber ganado con su participación; pero detrás de la respuesta de Rafael Nadal hay mucho más que la falta de necesidad económica, hay agradecimiento. 

G.K. Chesterton escribió que “la gratitud, siendo casi el mayor de los deberes humanos, es también casi el más difícil". Agradecer es reconocer que otros nos han dado algo de valor, y lleva intrínsecas la admiración y la alegría por lo recibido; también hay asombro y aprecio por la vida; al sentir gratitud se siente que algo bueno ha pasado y se reconoce que el otro es responsable en gran manera; podríamos concluir que agradecer es distinguir un favor que no es ganado pero que se nos da de manera intencional. La gratitud reconoce el regalo recibido y este reconocimiento es puramente relacional, es decir, pro-social, trata de mi pero en relación al otro, al cual aprecio y al cual soy receptivo. Debido a que la gratitud reconoce un regalo recibido, es intrínsecamente relacional y, por lo tanto, 'prosocial'. La gratitud se trata tanto de mí como del otro, de quien he recibido y al que aprecio. Se puede resumir como que “las personas altamente agradecidas, en comparación con sus contrapartes menos agradecidas, tienden a experimentar emociones positivas con mayor frecuencia, disfrutan de una mayor satisfacción con la vida y más esperanza, y experimentan menos depresión, ansiedad y envidia. Tienden a ser más prosociales y más empáticos, indulgentes, serviciales y solidarios, así como menos centrados en actividades materialistas, en comparación con sus contrapartes menos agradecidas.

Para los cristianos, la dimensión diferencial en la gratitud es la creencia en Dios, como origen de todo lo que se da, en la relación habitual que mantiene con sus hijos e hijas. El cristiano agradece a Aquel que ha dado, que da en el momento presente y que es confiable para afrontar el futuro porque seguirá dando. Ignacio de Loyola estructura la Contemplación para alcanzar el amor en el reflejo de este compromiso del pasado, con el presente y con el futuro para con la gracia otorgada a cada vida y en el mundo entero y que procede de manera intencional de Dios. 

Pero no podemos negar la presencia de la ingratitud

Las personas cuya educación, carácter, temperamento o inculturación son propicias para el rasgo de gratitud pueden sentirse desconcertadas por el rasgo de ingratitud e incapaces de comprender por qué la gratitud no llega fácil y naturalmente a todos. Cuando Jesús sanó a diez leprosos (Lucas 17, 11-19.) tan solo volvió uno a expresar su gratitud. La gratitud se sabe que no es tan común; es un don, el don del agradecimiento. Algunos ojos miran al mundo con gratitud de manera natural; para otros, la mirada agradecida no se da fácilmente y necesitan pedir y acoger la gracia de la gratitud, una gracia que recibimos. La llamada ingratitud quizás no sea una condición única sino que agrupe a varias. Existe, por ejemplo, la ingratitud del derecho como antítesis de la humildad (merezco todo lo que recibo); o la insatisfacción que nace del deseo por algo y lleva a la envidia (si es para mi, ¿porqué no se me da?).

Entonces, ¿cómo se puede cultivar la gratitud en la vida?

Como todos los dones dado por la divinidad, la gratitud puede cultivarse y crecer en la persona. Sintéticamente, se consigue mediante tres acciones:

  • comportamiento agradecido, adoptando prácticas de gratitud, 

  • mentalidad agradecida, cultivando una actitud diferente,

  • siendo receptivos, es decir, orando para que la gracia de la gratitud sea concedida. 

Según la Contemplación para alcanzar el amor de Ignacio de Loyola, la gratitud dispone el corazón para poder recibir más, apreciar más, amar y ser amado más. La gratitud puede ayudarnos a preparar nuestros corazones para recibir a Cristo. La gratitud alinea el pasado (recordar) y el presente (prestar atención) para bendecir el futuro. Es un vivero de confianza y felicidad. Se puede practicar la gratitud; pero a veces, por la gracia de Dios, la gratitud simplemente sucede: llega, gratuitamente, como regalo.

Recuerdo que en casa ante cualquier situación inesperada siempre se oía la misma frase: cuando se te da algo, sé agradecida y aprende; cuando no se te da, sé agradecida y aprende más, una invitación siempre a agradecer y también una invitación a aprender.


A lo largo de la vida, atravesamos situaciones que creemos injustas y sentimos frustración cuando aquello que consideramos legítimo se desvanece y queda fuera ya de nuestro alcance. En estas situaciones es cuando vemos la capacidad de gratitud de las personas; en estas situaciones vemos si las personas agradecen lo recibido sea o no lo que esperaban, si agradecen lo que se les da como si no se les niega, si agradecen, en definitiva, la vida. Algunas personas arrastran frustración tras frustración aunque tengan un trabajo bien considerado, amigos y familia. Son personas que edifican su vida sobre lo que consideran prestigio, un prestigio que tiene los pies de barro. En ocasiones son personas tan profundamente heridas por aquello a lo que se consideraban con derecho y que nunca les fue dado que la envidia y el rencor se apodera de ellas. Son personas heridas a lo largo de su vida, seguramente desde su infancia; pero sobre todo son personas heridas de ingratitud, que no saben ver todo lo demás que el Absoluto ha
puesto a su alcance. 

La invitación sigue en pie: cuando se te da algo, sé agradecida y aprende; cuando no se te da, sé agradecida y aprende más.