lunes, 20 de julio de 2020

Rotos por dentro

Mi amigo Miguel sale cada miércoles desde hace ocho años ha repartir comida a personas que viven en la calle. 
Para él, repartir comida es importante, muy importante. Él explica que ya el sólo hecho de alimentar al que tiene hambre es importante por si mismo; pero, además, valora el hecho de crear y mantener un vínculo con personas que habitualmente tienen pocas o ninguna relación social. 
Él tiene las mil y una anécdotas para explicar: algunas amables, otras para reír y otras para lamentar la degradación que puede sufrir el ser humano. 

Durante estos ocho años, Miguel ha compartido su acción con jóvenes y adolescentes de grupos que conoce, bien por el colegio o bien de la catequesis que él mismo imparte. Sin embargo, debido al confinamiento de la CoVid19, se encontró sólo en el reparto y pidió ayuda a personas que no fueran de colectivos de riesgo, con el fin de ayudarle en su reparto semanal y no dejar solas a las personas que lleva acompañando durante estos ocho años. 

Yo, tenia alguna actividad agendada los miércoles pero que también tuvo que ser cancelada así que la propuesta de acompañarle me pareció útil y solidaria con algunos de los que más estaban sufriendo.  Llevamos comida que pagamos y preparamos nosotros mismos: arroz con lentejas, fruta, zumos y, si hace frío, sopa. 

Al llegar hasta donde están las personas, saludamos, conversamos un rato y les preguntamos si quieren cena. La mayoría de los casos la respuesta es afirmativa pero también hay quien pregunta qué comida es o simplemente la rechaza porque no le va bien.  Se ha establecido una cierta relación de conocimiento mutuo: sabemos sus nombres, lo que les gusta y, en algunos casos, sus historias. No es un vínculo instantáneo, ni siquiera siempre se crea porque encontramos personas muy rotas por dentro, muy esclavas del consumo de tóxicos, hundidas en la enfermedad y la miseria. A veces, muchas, sufrimos, porque no les encontramos, desaparecen, se van, se mueren y no sabemos nunca más de ellos; así nos pasó con Cristina y Ezequiel, con Maxi, con Humberto, con Álex, Lorena y su perra Chula... así nos va pasando con muchos, que nos esperan cada miércoles, que nos piden sopa cuando hace frío... y mientras, a cada uno que nos desaparece, nosotros nos rompemos un poquito también, porque siempre les hemos considerado nuestros amigos de la calle. 



Imagen cortesia de: www.freepik.com"



miércoles, 8 de julio de 2020

Hermano no de sangre

Es difícil, casi imposible, saber que llevó a las personas de una sociedad a crear determinadas palabras, No me refiero a las palabras comunes y existentes en casi todas las lenguas sino aquellas que hacen el diferencial entre unos y otros idiomas. 
Desde la Teoría del Lenguaje se estudia cómo se forman los términos desde diferentes dimensiones tales como la semántica, la pragmática, la sintaxis... y siempre apoyado en otras disciplinas como la Antropología, la Filosofía incluso la Filosofía.
Pero todo no ayuda o, al menos, no ayuda totalmente a  explicar la motivación que produce una u otra palabra, cuál es la angustia vital de la experiencia que sobrepasa al individuo o al grupo social en el que habita para dar a la luz una u otra palabra que expresen lo que siente, de manera que esa experiencia sea. Es el sentirse sobrepasado el que le hace definir aquello, provocando que aparezca un horizonte de 'ser' que calme su angustia.
En castellano utilizamos la palabra 'prójimo' para referirnos a los otros, los que no soy yo o mi familia, que es una parte de mi, por tanto, una forma de ser yo. En catalán decimos 'proïsme', en inglés 'neighbor', 'nachbar' en alemán o 'prochain' en francés. En cambio, en hebreo hay una palabra, 

¿Nos amamos los unos a otros como Dios nos ama?


 

Lo intentamos. Pero cuando lo piensas, compartir la vida de Dios por toda la eternidad es un regalo inalcanzable para nosotros. Y duele admitir que el amor de Dios por nosotros es totalmente inmerecido. Es un poco embarazoso... sin embargo, ahí está. Él nos ama. Siempre. Ahora. En este momento, como somos.

 

Y debido a que es su voluntad extender la mano y llevar a sus hijos en apuros a su corazón, nuestros pequeños esfuerzos son aceptados como las flores silvestres aplastadas en la mano de un niño y suspiran como tesoros. Entonces, aquí está mi propuesta: si es tan fácil complacerlo, permitamos que otros nos complazcan. Vamos a darles un descanso a todos: amémosles incondicionalmente.