lunes, 27 de septiembre de 2021

¿Es posible un nuevo modelo político-social?



El último domingo de septiembre, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. En este año 2021, el título elegido por el papa Francisco para su mensaje es «Hacia un nosotros cada vez más grande». En el mensaje expresa que «el futuro de nuestras sociedades es un futuro “lleno de color”, enriquecido por la diversidad y las relaciones interculturales», al tiempo que nos exhorta a «aprender hoy a vivir juntos, en armonía y paz». Y continúa: «en esta perspectiva, las migraciones contemporáneas nos brindan la oportunidad de superar nuestros miedos para dejarnos enriquecer por la diversidad del don de cada uno».

El mensaje se extiende algo más, pero son estas las palabras que me hacen recordar los ensayos escritos por Jürgen Habermas y recopilados en el libro La inclusión del otro. En estos ensayos, el filósofo propone un nuevo proyecto político-social que nace desde la filosofía de la responsabilidad, es decir, dejando de lado ideales teóricos inalcanzables y asentándose sobre la política deliberativa. Este modelo político se presenta como un modelo diferente, no necesariamente en oposición, pero sí diferente de los modelos liberal y republicano. Atendiendo al principio de filosofía de la responsabilidad antes comentado, se define como un modelo democrático factible, independiente de la práctica política y sustentado por las personas que superan el individualismo en busca de intereses comunes. De dicho modelo forman parte regulaciones específicas del poder y de los conflictos de interés, pero lo más interesante del modelo deliberativo es que busca consolidarse apuntalado sobre los valores de la aceptación, la comprensión y la bondad hacia lo diferente, que originen actitudes éticas más profundas y conduzcan al compromiso de la ciudadanía con la cosa pública, la actuación cívica y la deliberación como brújula que oriente sus acciones. Volviendo al mensaje del Papa Francisco y actuando desde el modelo deliberativo de Habermas: «Entonces, si lo queremos, podemos transformar las fronteras en lugares privilegiados de encuentro, donde puede florecer el milagro de un nosotros cada vez más grande».

Sin embargo, en La verdad secuestrada (CJ Cuadernos 224), Joan García del Muro describe la realidad en la que vivimos, donde no sólo la verdad ha sido secuestrada por las mentiras y medias verdades sectarias, sino que, además, lejos de pretender desbrozar la información que nos bombardean, «busco y encuentro las respuestas que me gustan, que me hacen sentir mejor y me ayudan a construir un mundo cómodo y aproblemático en la medida de mis necesidades e intereses. Por eso sólo me conecto con aquellos que siempre me dan la razón y que indefectiblemente confirman mis puntos de vista». Desde esta realidad no parece fácil llegar al modelo deliberativo propuesto por J. Habermas que quizás nos permitiría llegar al escenario diverso, intercultural y lleno de color propuesto por el papa. Esta época actual de la «posverdad aliada con el emotivismo» no permite la aceptación de la diversidad de opinión y mucho menos la crítica -entendiendo crítica constructiva y no acoso y derribo- a la que no se le permite recorrido alguno. El valor incuestionable que se da únicamente al grupo propio, la necesidad de adhesión obcecada al mismo y el no reconocer la discrepancia como un valor en alza son caras del poliedro que supone la inseguridad personal y la falta de confianza en las otras personas. Este escenario es fácilmente detectable, sobre todo, pero no sólo, atendiendo a los medios de comunicación, especialmente los digitales.

Algunas de las cuestiones que se plantean de fondo serían cómo revertir este secuestro de la verdad, cómo restaurar la confianza intrapersonal e interpersonal y construir este modelo deliberativo, no tanto específico como genérico. Para esto, el maestro es, sin dudas, Emmanuel Lévinas definiendo la ética de la alteridad, que pone de manifiesto lo imprescindible del cuidado de las otras personas, del otro y de la otra; porque sin el otro, sin la otra, en aislamiento, yo no existo en tanto que soy un ser definido por mis acciones y relaciones con ellos y con ellas. Y, desde aquí, desde la propia existencia, se contrae una obligación de la cual es imposible desasirse y que se convierte en valor ético fundamental. Estamos ante una responsabilidad estructural cuyo significado va más allá del cuidado de sí, abarcando el cuidado de las otras personas y el cuidado del mundo y que implica el hacerse cargo de los otros y de las otras y produce, sin duda, una transformación, primero personal, después de las otras personas y, finalmente, del mundo.

Quizás así consigamos, como dice el papa Francisco, «el ideal de la nueva Jerusalén donde todos los pueblos se encuentran unidos, en paz y concordia, celebrando la bondad de Dios y las maravillas de la creación».


Foto de Inga Seliverstova: https://www.pexels.com/es-es/foto/moda-gente-hombres-mujer-4066761/